viernes, 11 de diciembre de 2015

¡Peligro! Docentes improvisando

¡Peligro!
Docentes improvisando….
Suena la alarma de peligro. 
La profesora lo ve venir. Lo siente en la boca del estómago. No sabe qué hacer.
Busca en la caja de herramientas que le entregaron cuando se recibió y no tiene ninguna para resolver esta situación. A ella, como a sus compañeros, le enseñaron a enseñar. Le enseñaron metodología, le enseñaron contenidos, le enseñaron tantas cosas. Ella sabe, y mucho.
Pero hay muchas cosas esenciales que no aprendió en su formación.  Feliz, con su título sellado y legalizado, la docente cree que ya está lista para hacer lo que siempre soñó: mejorar el mundo desde un aula.
Y para su gran desilusión se da cuenta de que la buena voluntad y predisposición no alcanzan para orientar, motivar, comunicar de la forma en que le gustaría hacerlo. Lo que recuerda que les funcionaba a sus maestros, o a ella misma hace unos años, lamentablemente, quedó obsoleto.
Todo cambió, los alumnos cambiaron, los padres cambiaron, la tecnología influye en el modo en que pensamos y nos relacionamos. Los conflictos personales y familiares que los chicos traen al aula siempre existieron, pero ahora vienen en una versión que no parece compatible con la forma en que el maestro ha sido preparado.
Sumado  a temas  sin resolver del mismo docente como persona, inseguridades o miedos, aparece un sinfín de problemas que no son propios, como parásitos al simple hecho de enseñar, si lo entendemos  como transmitir información, que es la acepción más generalizada.  Una frase que se repite en las entrevistas a los docentes es:
 “A mí no me prepararon para esto”.
Y es verdad. Este maestro nunca aprendió a lidiar con situaciones de violencia en clase, no le dijeron qué se hacía con los niños en integración, no pasó por procesos de reflexión acerca de la importancia de su función. Creyó que al recibirse era acreedor de una salida laboral relativamente rápida, y se encontró con una situación que no puede manejar con lo que se le ha brindado en su formación.
Y es ahí donde el docente se empieza a sentir muy solo y si bien al principio hace todo lo que su propia motivación le permite para dar lo mejor de sí mismo, llega un momento en que el agotamiento se apodera de él.  Siente la falta de apoyo de lo que denomina “el sistema”,  se le instala el cansancio de tener que lidiar con lo que no sabe hacer, y para lo único que consigue aliados es para quejarse de que todo está mal.
Esa profesora que inició su carrera llena de esperanza y energía de pronto se convierte en alguien a quien jamás confiaríamos a nuestros hijos si fuéramos mínimamente conscientes de lo que estamos haciendo.
La motivación de los docentes tiene relación muy estrecha con la forma en que enseñan y se motivan sus alumnos. Y para tener docentes motivados, es necesario crear los espacios en los cuales ellos sigan aprendiendo. Y cuando digo sigan aprendiendo, me refiero a todas esas habilidades para las cuales nunca se los ha preparado. Que tengan espacios de apoyo y contención donde se los estimule a resolver, a comunicar, y no a engancharse en un gimoteo sin sentido. Que se los inste a dinamizar el potencial propio y el de los alumnos, y que comiencen todos a darse cuenta, tanto directivos como docentes, que la escuela no es más el lugar donde se mantienen estructuras antiguas sino donde se generan cosas nuevas. Lo que los niños aprenden hoy ya es obsoleto mañana, sin embargo, hay valores y conceptos que deben preservarse.
Es esencial capacitar a los formadores para flexibilizarse, pensarse, definirse, y adquirir herramientas emocionales y psicológicas que le permitan ejercer su función con conciencia y preparación.  Que entiendan el poder del lenguaje para crear realidad, que se capaciten con técnicas de PNL, que adquieran conceptos de liderazgo, que mejoren su capacidad comunicativa, y que aprendan distinciones de coaching ontológico. Que ejerciten la conciencia, que sepan resolver conflictos creativamente, que exploren la multisensorialidad, que aprendan a poner límites y a relajarse aún en momentos complicados.
El docente debe ser cuidado y respetado. Es quien está con nuestros hijos, le transmite valores implícita o explícitamente, y lo moldea de acuerdo a su propio modo de ser y estar en el mundo.  El docente debe ser valorado, ya que es su misma presencia la que alimenta  o la que desnutre.
El docente debe tener claro cuál es su misión como profesional, qué desea transmitir, además de lo valioso de los contenidos que enseña.
Por eso, es necesario que aprendamos.
Para cuidar, para respetar, para educar, para generar más posibilidades.
Para que los docentes dejen de improvisar, y hagan sabiendo lo que hacen. O si improvisan, que sea una improvisación preparada, con una base sólida, y no desde la desesperación de no tener ni la más mínima idea de para dónde salir corriendo.
Laura Szmuch

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