Los animales, los autistas y la percepción.
Acabo de terminar de leer Animals in Translation, un libro cuya traducción al español fue titulada Interpretar a los animales (editorial Nuevo Extremo). Fue escrito por Temple Grandin, una académica estadounidense que es autista, junto a Catherine Johnson. Grandin cuenta con muchos logros: haber hecho una carrera universitaria –e incluso ser actualmente profesora de la Universidad Estatal de Colorado-; haber diseñado una terapia para aliviar la ansiedad de las personas autistas; y, quizás su logro más famoso, haber diseñado sistemas para la industria ganadera. Gracias a sus sistemas, en la mitad de las granjas de Estados Unidos y Canadá los animales son criados de forma más “humana” o compasiva.
Grandin cree que hay similitudes entre los animales y las personas autistas, y que gracias a esto ella puede comprender mejor a los animales con los que trabaja que las personas no autistas. Las dos similitudes más importantes son que tanto los animales como las personas autistas procesan y recuerdan la información visualmente, y que son híper específicos. Esto último quiere decir que perciben una inmensa cantidad de información “híper” detallada. Una persona no autista tiene la misma capacidad sensorial, y de hecho percibe una gran cantidad de información. Lo que sucede es que no puede acceder a ésta ya que el lóbulo frontal del cerebro la procesa dejando llegar a la conciencia sólo una idea conceptual de lo percibido. Lo que vemos está moldeado por nuestro bagaje, los prototipos previamente adquiridos y por lo que esperamos ver. No tenemos acceso a las imágenes “crudas”, sólo a una interpretación que el cerebro hace coherente para nosotros. Los estudios científicos parecen indicar que, en cambio, las personas autistas y los animales no están “restringidos” de esta manera por la actividad del lóbulo frontal, que nos da la información “predigerida”. En el caso de los animales, porque poseen un lóbulo frontal mucho menos desarrollado que los humanos y, en el caso de las personas autistas, porque el lóbulo frontal –que estructuralmente es igual al de una persona no autista- no cumple tan bien esa función.
Esta característica se traduce en que a ellos les cueste mucho generalizar (cosa que a las personas no autistas no nos cuesta para nada, como hemos notado quienes aprendemos PNL). Ella da un ejemplo perfecto para entender esto. Cuando una persona no autista hace un viaje de ida a un lugar al que nunca fue, toma conciencia de “hitos” que le ayudarán a retomar el camino cuando regrese, por ejemplo una iglesia, una estación de servicio, un cartel, etc. A la vuelta, uno ve estos “hitos” del lado opuesto, y los reconoce. Una hormiga que explora un camino distinto, cuando se encuentra con algo que le servirá de hito, lo observa, camina unos pasos, se da vuelta, y lo observa del lado que lo verá a la vuelta. De no hacer esto, cuando vuelva, el objeto le parecerá desconocido, ya que no puede generalizar un costado de una piedra, por ejemplo, a una piedra entera. Lo mismo le sucede a Grandin cuando maneja. Necesita parar en la banquina y mirar hacia atrás para ver “el otro lado” de –por ejemplo- un silo que esté al costado de la ruta. Si no se perdería cuando vuelve de alguna granja de donde la hayan llamado para descifrar el problema que tienen con los animales.
Este libro me hizo pensar mucho, entender más a los animales (sobre todo a los perros, caballos y vacas, que son de los que más habla) y a las personas autistas, de quienes sabía muy poco –si les interesa el tema, les recomiendo la novela de Mark Haddon El curioso incidente del perro a medianoche, editorial Salamandra-. Si bien presenta muchos datos científicos, también cuenta todo tipo de anécdotas que despiertan la risa para sustentar sus suposiciones y explica los distintos factores que inciden en el mal comportamiento de algunos animales (qué, chocolate por la noticia, se deben en la gran mayoría de los casos a errores HUMANOS).
El mensaje más importante –a mi parecer- es que las personas no autistas, más específicamente los científicos que trabajan con animales, realizan experimentos para saber si los animales son inteligentes, y si se les puede enseñar un lenguaje, con los parámetros o las reglas humanas. Según Grandin, sería más útil investigar qué son capaces de hacer tanto los animales como las personas autistas que las personas no autistas no podemos. Algunos ejemplos son los perros que por su cuenta aprendieron a predecir los ataques de epilepsia de sus amos y las personas autistas que se desempeñan en tareas como identificar errores milimétricos que escapan a la vista de las personas no autistas. Ahí es donde radica el misterio.
Natalia Haller
Ex- alumna Resourceful Teaching
Master Practitioner PNL en educación
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